Rompen con el espacio y el tiempo.
Las cartas obran como una suerte de puente para los sentimientos. Una vez escritos, están en viaje. Una vez leídas, llegaron a destino.
Como caso peculiar, permiten la paradoja inescrutable de respetar dos tiempos que nunca coinciden: el de las palabras que necesitan brotar antes de que ahoguen, y el de los ojos u oídos que no quieren leer ni escuchar.
Esas cartas son otro tipo de puente. Uno de una vía. De los que permiten la gentileza al emisor de liberarse de un peso, y la paciencia al receptor de elegir el momento en el que procesar el mensaje. Tiene una contra. No hay mensajeros ansiosos de una respuesta. Y, como las estrellas que vemos en el cielo, para cuando entendemos la información, ya es tarde, pues la fuente dejó de estar ahí hace tiempo.
Son las cartas que, en el fondo y sin tantos rodeos complicados de palabras, expresan:
<<Yo necesitaba que lo supieras. Salvo que ya no podía sentarme a esperar a que te dignaras a escucharlo>>
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